09 mayo, 2009

Eva

Eva apagó la luz de su dormitorio. La estancia sólo se iluminaba por la tenue luz que desprendía la tintineante llama de la vela perfumada encendida en el baño. Por fin, tras un duro día en que su cuerpo se estremeció varias veces al ver pasar una y otra vez al encargado del almacén de ropa de moda donde trabajaba, pudo relajarse pensando en el baño de espuma que la esperaba, y el placer que podrían proporcionarle sus largos dedos y aquel chorro de agua. Mientras se encaminaba hacia la bañera, aún cerraba los ojos y sentía como las piernas le temblaban a la vez que humedecía su pequeño tanga con lo más cálido de su ser.

Cuántas noches, Eva desearía no sumergirse sola en aquel jacuzzi. Mientras las burbujas contorneaban su delicada piel, ella soñaba que al salir del agua, Carlos le tendería la toalla y le ayudaría a secarse, mientras con sus manos acariciaría sus pechos desde atrás y atraparía con la lengua las últimas gotas que bajaran por su cuello desde su cabello aún mojado. Con todo eso en la cabeza, como sin quererlo, cerró los ojos y acompañada por el borboteo del agua, sus dedos comenzaron a palpar suavemente su clítoris. Comenzó a frotarlo dulcemente pero con un ritmo constante. Acompañaba a estos dedos los de la otra mano, penetrándose poco a poco.
De vez en cuando, sin dejar de tocar su vulva, sacaba los dedos para llevárselos a los tersos pechos y pellizcarse los pezones a la vez que masajeaba la aureola. Su cuerpo comenzó a vibrar y a contornearse mientras su cabeza caía hacia atrás bañando su largo y negro pelo en el agua. Ahogaba unos leves gemidos cada vez más prolongados y menos distantes en el tiempo. Hasta que Eva rompió en un intenso orgasmo sin quitarse de la cabeza a su compañero. Respiró profundamente, sonrió, y decidió salir del agua.

Aún temblaba cuando se enfundó su albornoz y pensó que aquello solo era el principio. Seguía inusitadamente excitada y con más ganas que nunca de desfogarse con un hombre. Necesitaba sentir, tocar, chupar y oler un cuerpo varonil. Carlos la perseguía en cada pensamiento. Así que decidió invitarlo a cenar dispuesta a poner blanco sobre negro con aquel hombre que carcomía su cabeza y despertaba su más ardiente pasión desde hacía unos meses. Carlos ya estaba en camino cuando Eva pensó en lo extraño de sus palabras durante la conversación que mantuvieron para quedar a cenar.
Él sólo dijo: “sabía que algún día me llamarías”. Intuía que aquel hombre también desataba su imaginación pensando en ella. Pronto se confirmaron sus sospechas. Cuando él llegó, Eva le propuso que se sirviera algo mientras ella terminaría de arreglarse. Salió a recibirle con una bonita transparencia que desdibujaba la fina lencería que se pondría esa noche. Carlos no quiso sentarse. Comenzó a seguirla con los ojos mientras ella iba hacia su habitación para terminar de vestirse.

Entonces él la llamó. Lo hizo con la voz más sensual pero a la vez segura que ella había le había escuchado nunca. Se giró turbada pero complacida a la vez y vio cómo Carlos se acercaba hasta tocarle con el contorno de la mano el pelo que caía por su cara. Y después de decirle: “llevo esperando esto desde hace mucho tiempo” la besó. Eva se dejó llevar estremecida. Nunca había sentido tantas cosas de golpe al ser besada. Recibió la lengua caliente de Carlos entrelazándola con la suya, dejando fluir la saliva mezclada con el olor a colonia de hombre que le llegaba desde el cuello de él. Se detuvo buscando un segundo beso, con los ojos cerrados, pero él ya le acariciaba el cuello con sus labios. No tardó en empezar a humedecerse al sentir el contacto del miembro semi-erecto aún bajo el pantalón sobre su carne desnuda.
Respiraba entrecortadamente cuando se vio despojada de su fina bata. Sólo deseaba comerse aquellos labios mientras sus manos ya arrancaban los botones de la camisa. Llegar al sofá y terminar de desnudarse sólo acrecentó el ansia de Eva por hacerse con la entrepierna de Carlos y comenzar a masajearla ávidamente mientras sentía los dedos de él buscando el fuego de su monte de Venus. En ningún momento abrió los ojos. Sólo sentía la humedad de la lengua de Carlos en sus labios y por todo su cuerpo. Sin esperar más, bajó su cabeza hasta la cintura de él y, sorprendida por la dotación de aquel aparato, lo engulló sin dudarlo, mientras escuchaba la ronca y profunda respiración de Carlos provocada por esa acción. Enloquecía de placer a medida que su lengua contorneaba el glande y succionaba empapando en saliva todo el pene hasta las grandes bolas que lo acompañaban. Mientras continuaba con este juego, notaba cómo era penetrada repetidamente por los dedos de Carlos. Estos se deslizaban sin ningún problema. Con una pausa y en un susurro, le rogó que le hiciera el amor. Necesitaba aquella verga dentro más que el respirar. Carlos la levanto con fuerza y la sentó sobre él. No hizo falta nada para que su miembro se abriera camino por las entrañas de Eva, humedeciéndose más si cabe. Ella se sintió morir de placer como lo demostró el gemido que exhaló. La cadencia de la penetración hacía que ella entrecortara su respiración con más y más gemidos de placer. Se echó hacia atrás para sentirla más dentro mientras liberaba su clítoris para que las suaves manos de Carlos pudieran acariciarlo durante las embestidas. Él, experimentado en placeres femeninos, no tardó en aprovechar el ofrecimiento y lo frotaba mientras su pene se perdía en la caverna del placer de Eva. Ella ya no pudo más y se corrió. Como nunca lo había hecho. Carlos seguía con el movimiento pero Eva pretendía hacerlo inolvidable. Se separó de él y le ofreció su otro orificio. Suavemente, pero con empuje, Carlos lo fue penetrando y ella con doloroso placer recibió aquella masa de carne por detrás mientras volvía a acariciarse suavemente el clítoris poniéndose otra vez a cien. Nuevamente, y para evitar que aquello acabara, Carlos la giró para meter su cabeza entre las piernas de Eva. Desbordaba con su lengua los labios inferiores de ella y lamía su clítoris con una rapidez que le provocaban espasmos incontrolados. Y de nuevo Eva se corrió. Ella pensó que ahora le tocaba a él.

Nunca nadie la había hecho sentir tanto placer y deseó compensar parte de lo recibido. Nuevamente trabajó con las manos y la boca el miembro de Carlos. Este, con la cabeza hacia atrás, sentía que en cualquier momento la inundaría de su caliente y espeso esperma. Los lametones y el movimiento manual, llevaron a Carlos al éxtasis en el momento en que ya no se pudo contener. Se corrió intensamente en la boca de Eva. Esta, lejos de rechazar el fluido, lo sorbió y lo tragó hasta la última gota, inundada aún por el placer recibido un poco antes. Exhaustos sobre el sofá, se miraron y se sonrieron. Y como quien no quiere la cosa, él dijo: “Mañana te buscaré en la tienda. Sólo espero que me sonrías como ahora, que me digas que esto fue real y que por la noche vuelvas a llamarme por teléfono”. Y Eva le besó.

Relato enviado por: LSD. Dedicado a Eva R. (Mayo de 1991)